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La Sevilla de los siglos XVI – XVII era una Sevilla rica, tanto en cultura cómo en capital, incluso era conocida como la nueva Roma. Pero una serie de hechos llevaron a la ciudad a un gran declive dónde destacaba principalmente la pobreza.

En pleno auge de la ciudad llegó la peste, que acabó con aproximadamente el 60% de la población, los datos registran unos 1000 muertos diarios. A la llegada de la peste hay que sumarle las inundaciones del río Guadalquivir, que arrastraban los cadáveres hasta el interior de la ciudad. Pero estos siglos en Sevilla no fueron solo muertes y pobreza. En pleno declive destaca Bartolomé Esteban Murillo.

Nacido en la ciudad y vivido en ella los mejores momentos de ésta y los peores, Murillo vio una necesidad de plasmar en sus obras de arte un cielo dulce y acogedor. Las catástrofes ya se habían vivido en la Tierra por lo que el cielo se plasmaba con dulzura y encanto. Murillo destacó por numerosas obras, pero, sin duda alguna destaca la Inmaculada Concepción. Murillo fue el autor que  acabó plasmando la iconografía de la Inmaculada, la cual sería usada para el resto de obras de ésta.

A finales del siglo XVI era la más rica y más poblada de España, con cerca de 150.000 habitantes, así como la más cosmopolita del Imperio hispánico. Estas características se debían en gran medida a que gozaba del monopolio del comercio con América por real decreto, lo que provocaba que allí existiera una rica colonia de comerciantes y mercaderes en especial flamencos y genoveses para negociar con los galeones que llegaban de las Indias. En esta interesante urbe convivían las clases sociales más dispares, desde la nobleza de alto abolengo y cultura, la clase burguesa de comerciantes y los más vividores de aquel entonces, los aventureros y pícaros que se mantenían al margen de la sociedad y llenaban con frecuencia las cárceles, inspirando obras tan célebres como algunas de las novelas ejemplares de Cervantes, así como en comedias de autores del Siglo de Oro español como Lope de Vega y Tirso de Molina e indiscutiblemente en importantes representaciones pictóricas como por ejemplo Los Borrachos de Velázquez. Pero según fue creciendo la importancia de Madrid fue decayendo la prosperidad de Sevilla, la población de la primera creció hasta superar la de la segunda, muchos aristócratas abandonaban las provincias para construir sus palacios en Madrid, y con ello también Madrid sustituyó a Sevilla en centro del mecenazgo artístico lo que atrajo a muchos pintores y artistas a la capital, muchos de ellos llamados por importantes personajes de la corte o por el mismo monarca. Velázquez y Zurbarán son algunos de los pintores que se trasladaron en aquellos momentos a Madrid.


No obstante, los cristianos sí innovaron algo en la ciudad: las plazas. La ciudad se llenó de ellas delante de los templos, palacios o edificios públicos, aunque no eran tan grandes como en otras zonas peninsulares. Fué el gran escenario de la ciudad, rodeada por edificios muy principales: Ayuntamiento, Audiencia, Convento de San Francisco y la Cárcel Real.
La casa sevillana del siglo XVI ofrecía varios tipos: la casa de gente acomodada o humilde, el corral de vecinos y el palacio. Las Ordenanzas de Sevilla, recopiladas en 1527 aunque realmente mucho más antiguas, nos hablan de las distintas clases de casas que exigían las costumbres:

Casa común, que tenía portal, sala y los departamentos que "el señor (el propietario) demandase"
Casa principal, con salas, cuadras, cámaras y recámaras, portales, patios y recibimiento
Casa real, con análogas dependencias, de "todos los miembros que pertenezcan a casa de rey, príncipe o gran señor".
Se hacían con tapial, adobe, ladrillos y piedra. En cuanto al aspecto exterior de las casas urbanas, Morgado señala que antes del siglo XVI "todo el edificar (en Sevilla) era dentro del cuerpo de las casas, sin curar de lo exterior", siendo una novedad que en su tiempo (1582) se labraban ya "a la calle".

Durante mucho tiempo los cristianos prosiguieron la costumbre musulmana de descuidar el exterior de sus casas y concentrar su atención en el interior, donde la luz entra por patios, jardines y corrales.
La limpieza y pulcredad de la ciudad parece que dejaba mucho que desear. La basura en las calles era un mal general. La gente acostumbraba a arrojar los desperdicios a la calle al igual que los desechos, dejar los restos de materiales de construcción, hacer hoyos, volcar aguas sucias, etc. Los bandos del municipio prohibiendo tirar a la vía pública animales muertos, estiércol y aguas, o escombros y despojos junto a la muralla y el Arenal se suceden a lo largo del siglo casi con el mismo ritmo que las peticiones de los vecinos y el arreglo de los baches cuando se acercaban las fiestas. En el Arenal se levantaba el Monte del Malbaratillo, formado por las basuras e inmundicias que allí arrojaban desde tiempos remotos los vecinos aledaños.
En el empedrado o enladrillado de las plazas y calles se formaban crónicamente zanjas a causa del tránsito de bestias y carretas. En las plazas, donde personas, animales y carromatos se concentraban para el mercado, los baches y montones de estiércol eran continuos.

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